Existen
opiniones que tachan tanto la homosexualidad como el transgenerismo y la
transexualidad de antinatural, y que se empeñan en ridiculizar y menospreciar a
las personas sexualmente diversas, llegando incluso a considerar a estas
personas como enfermas mentales. Estas opiniones están fuertemente arraigadas en
las sociedades actuales y suelen estar fundamentadas en creencias
religiosas.
Hay que
tener muy presente la diferencia entre sexo y género. El sexo está
estrechamente relacionado con aspectos biológicos, como los genitales y los
caracteres fenotípicos secundarios. Sin embargo, el género está más
estrechamente relacionado con los roles sociales y culturales asociados a la
mujer y al hombre, y no tanto con sus diferencias biológicas.
El sistema
heteropatriarcal ha impuesto una visión dicotómica del género construida sobre
los dos sexos existentes, es decir, si una persona nace biológicamente como
mujer, entonces todos sus comportamientos y actitudes deberán ser los
tipificados para este sexo. Este sistema bipolar contradice evidencias
científicas que lo desacreditan. Por ejemplo: Levy, en Los Tahitianos, describe
la androginia que reina en dicho pueblo, mientras que Borgoras habla sobre los
seis géneros entre los que se divide la población chukchi.
Estos
ejemplos llevan a la clara conclusión de que la construcción del género y de su
sistema responden a cuestiones sociales y culturales, y que, por tanto, no
existe una ley del sexo/género universal dictada desde la naturaleza y la
divinidad, como se predica desde ciertos sectores.
Autoras
como Norma Mejía hablan de un sistema de género transexual, en el que no existen
dos géneros, sino un continuo de infinitos géneros que van desde el hombre hasta
la mujer. Ella apunta que si la dicotomía de género determinada social y
culturalmente desapareciera, cada persona tendría la posibilidad de ser educado
al margen de los estereotipos de género y podría adoptar los roles que más se
le ajustaran.
Autor: Ramón Aranguren